Parecía difícil superar lo de Víctor de Aldama y su declaración en forma de bomba de racimo, pero llega Juan Lobato, líder (al menos hasta anoche lo era) de los socialistas madrileños y, cuando recibe documentación sobre la negociación entre la pareja de Díaz Ayuso y Hacienda para que el primero se libre de ir a la cárcel, decide acudir a una notaría a dejar constancia de quién le mandó la información y de los mensajes que la acompañaron.
Y solo unas horas después de que el periódico ‘Abc’ revelase esa decisión de Lobato que seguramente le costará el cargo al frente del PSOE madrileño, aparece la Guardia Civil con un informe que estrecha el cerco en torno al fiscal general del Estado, cuya continuidad también está en entredicho.
Son dos episodios más de un país que vive entre la sensación de que se ha perdido el control de la situación y de que el deterioro institucional no tiene fin. Una impresión que se extiende a diestra y siniestra, porque tampoco es cosa menor que la pareja de la presidenta de Madrid hiciera de su capa un sayo en materia tributaria y que luego reconociese los delitos para rebajar la condena.
Si damos por bueno eso de que todos somos Estado, habrá que admitir que cuesta serlo en días así. Como también es evidente que hay un puñado de hombres y mujeres para quienes lo del Estado les trae sin cuidado y que aprovechan su paso por las instituciones públicas para sacar la mejor tajada posible.
Después es innegable que el país sigue funcionando, que la economía nos dice -al menos en los grandes números- que casi todo va bien, y que el consumo se dispara de nuevo ante la proximidad del Black Friday y las compras navideñas. Pero España no será el primer país de nuestro entorno que asiste al milagro de que su economía logra caminar por su cuenta y se desvincula de las miserias de la vida política. No hay más que mirar a muchos momentos de la economía italiana, que fue paradigma de esa aparente contradicción.
Sin embargo, el desasosiego sigue ahí. Lo que está pasando, lo que estamos viendo, lo que va aflorando produce una especie de úlcera en el estómago de la democracia. La resaca de ese proceso es la desafección, el descrédito y finalmente la multiplicación de un discurso antidemocrático que sostiene que lo mejor que puede pasarle a este país es dinamitar el sistema y reinventarlo. La corrupción lo acaba destruyendo todo y en ese solar solo construyen los enemigos de la democracia.
Patricio González.












