“…Por el mes de octubre del año de mil seiscientos vino á robar a estas yslas Oliver de Nor, corsario ereje, natural de los estados de Flandes…por lo cual me cometieron compusiese una armada…para castigar al enemigo…” Sucesos de las Islas Filipinas, Dr. Antonio de Morga, oydor de las Islas Filipinas.
Tras la primera expedición holandesa a las Indias Orientales, los holandeses se percatan de la escasa defensa que los portugueses y españoles, con la corona unificada, disponen en la zona, organizando sucesivas expediciones. La tercera de ellas, al mando del almirante Oliver Van Noort, la forman cuatro barcos bien pertrechados y tripulados. Van Noort, al contrario que sus antecesores, opta por arrumbar a las Filipinas por el Estrecho de Magallanes, lo que le causa bastantes problemas y bajas, tanto por enfermedades como por rivalidades internas. No obstante, llega a las proximidades de Manila.
Los españoles, que tienen noticias de que los holandeses pretenden conquistar Manila, se aprestan a preparar su defensa. Pero las intenciones de estos ya han cambiado. Su flota ha quedado reducida a dos barcos y las tripulaciones han mermado en la dura travesía. Lo que hacen es apostarse en las inmediaciones de la entrada a la bahía y asaltar a cuanto barco entra o sale, sobre todo juncos chinos, para apoderarse de su rica carga de sedas, porcelanas y especias. Esta situación, junto con la inminente llegada del galeón Santo Tomás procedente de Acapulco, cargado con ricas mercaderías y más de un millón y medio de pesos, precipita que el gobernador, Francisco Tello, encargue al oidor Antonio de Morga, hombre de letras y poco entendido en las cosas de armas, la defensa de Manila y de los barcos que entran y salen.
Pero barcos hay pocos: solo el galeón mercante San Diego, que está a medio cargar, la fragata portuguesa San Jacinto y dos galeras que están en construcción. Morga dota de los cañones disponibles al San Diego, pero sin descargar la mercancía ni lastrar como es debido el galeón. Las piezas de artillería son más grandes que las usadas normalmente a bordo de los galeones, por lo que deben agrandar las portas. Estas obras aumentan la entrada de agua a bordo. A esto hay que añadir la carga ya embarcada, los cuatrocientos cincuenta hombres a bordo, y que el lastre no es el adecuado. La estabilidad del galeón San Diego está comprometida desde el principio.
La flota española localiza bien pronto a los barcos de Van Noort, que lanza una andanada de artillería contra el San Diego. Pero este solo puede usar uno de sus cañones menores. Los grandes no pueden ser disparados porque no hay suficiente espacio para ello. Morga decide abordarlo directamente y, con ayuda de los garfios, mientras los arcabuceros y mosqueteros barren la cubierta del Mauritius, ambos buques quedan unidos. Tras varias horas de combate, y con el castillo, la toldilla y la cubierta conquistadas, los holandeses se rinden y se quedan bajo cubierta. Mientras tanto, la galizabra San Bartolomé da caza al Eendracht, que también se rinde. La victoria es completa. La amenaza para Manila y el tráfico de barcos de la bahía ya es historia.
Pero la poca pericia de Morga en la batalla hace que no asegure la rendición de los holandeses, que prenden fuego al Mauritius. En vez de embarcar a más tropa en el barco capturado para controlar la situación, y temiendo que el incendio se propague al San Diego, ordena largar todas las amarras y alejarse. Pero el San Diego tiene una vía de agua importante que, unido a sus problemas de estabilidad y la gran entrada de agua por las portas, provoca su rápido hundimiento. Sólo se salva una parte de la tripulación, Morga entre ellos, con el estandarte holandés. Unos doscientos cincuenta combatientes, españoles, filipinos y japoneses, quedan a su suerte en la mar, con sus armaduras. Los holandeses, desoyendo sus gritos de socorro, ayudan a que se vayan al fondo con picas y remos. Van Noort huye hacia Flandes, donde narra su gran “hazaña”, tergiversando la historia. La realidad es que las Filipinas quedan a salvo. A cambio, un gran número de personas fallecen ahogadas. Siglos más tarde, en el pecio del San Diego, aparecen numerosas tsubas, guardamanos de los samurais embarcados como mercenarios a bordo del San Diego.
El arqueólogo francés Frank Goddyo halló el pecio del San Diego en 1991, recuperando miles de piezas, entre ellas las tsubas de los samurais cristianos embarcados.
Miguel F. Chicón Rodríguez (Capitán de la marina mercante)
(Nacido en Tánger en 1960, sus vivencias personales a ambos lados del Estrecho, especialmente Algeciras, ciudad donde también residió, y las recurrentes travesías del Estrecho de Gibraltar realizadas siendo niño le dejaron un poso que le llevó a cursar, años más tarde, estudios de capitán de la marina mercante en Palma y Barcelona. Desde 1978 hasta 1994 navegó como oficial en buques petroleros; en barcos frigoríficos; como alférez de fragata en la Armada española, y al mando de buques de pasaje, tipo ferry y embarcaciones de alta velocidad. Por último, ejerció como jefe del Centro de Coordinación de Salvamento Marítimo en Palma desde 1996 hasta 2022)