Cuentan las crónicas que fue en los Juegos Píticos, en Delfos, en la antigua Grecia, donde se coronaba a los ganadores con una corona de laurel. Es por ello que cuando un atleta regresaba a casa sin ese reconocimiento, se decía que se había ‘dormido en los laureles’. Quizás algo de eso conviene recuperar ante la celebración del Día Mundial del Turismo.
Está claro que la historia contemporánea no se puede entender sin el turismo. Y es evidente que ese negocio ha dejado en la balanza muchas más ventajas que inconvenientes. Bastantes más, diría yo.
Pero también es cierto que al turismo podemos recriminarle algo de sueño bajo los laureles del éxito, algo de “dormirse en los laureles”.
Pero sobre todo, lo que ocurre es la lentitud a la hora de reaccionar ante los cambios del negocio y de la demanda social. Esos inconvenientes van a más cuando, y en paralelo, no existe una unidad de criterio entre los empresarios del sector.
El inventario de cambios que han llegado y para los que se ha reaccionado tarde, mal o nunca es bastante largo.
Primero, apareció el ‘todo incluido’ y se tardó en aceptarlo e incluso en buscar ciertas ventajas.
Después llegaron los vuelos de bajo coste y cogieron al turismo con el pie cambiado.
Otro tanto más recientemente ha ocurrido con el alquiler vacacional… pero, sobre todo, la transformación ha venido, como en el resto de negocios, de la mano de la irrupción de las nuevas tecnologías.
Esas nuevas tecnologías que permiten que el cliente ya no tenga que pasar por un intermediario (léase touroperador o la clásica agencia de viaje).
Ese giro de 180 grados lo ha cambiado todo y quien no se suba a ese carro, se quedará atrás. O literalmente morirá.
Por último, una sugerencia al sector: trabajen más en la implicación con la sociedad que les rodea.
Patricio González