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19 abril 2024
19 abril 2024

Elena Sáez Arjona: LA FALSEDAD COMO INSTRUMENTO POLÍTICO

Afirmaba Hannah Arendt en su obra Verdad y mentira en la política que «nadie ha dudado jamás con respecto al hecho de que la verdad y la política no se llevan demasiado bien, y nadie, que yo sepa, ha colocado la veracidad entre las virtudes políticas. La mentira siempre ha sido vista como una herramienta necesaria y justificable para la actividad no sólo de los políticos y los demagogos sino también del hombre de Estado».

El tema tópico entre la verdad y la política es complejo y a lo largo de la historia, quienes han buscado y dicho la verdad han sido conscientes de los riesgos que ello conllevaba −recuérdese a Sócrates cuando aceptó la condena de beber la cicuta−.

La devaluación acelerada que observamos a diario en la política, es fruto de la panoplia de falsedades reproducidas −ad nauseam− por aquellos para los que todo vale con tal de alcanzar el poder: un poder degradante donde el discurso y la acción se separan. En este contexto, aunque en ocasiones nos resulte a todos los ciudadanos más fácil escapar de la responsabilidad de pensar y actuar en la esfera política, tenemos la capacidad para influir en el curso de los acontecimientos y exigir el “derecho de hacer cumplir las promesas” ante la desilusión por las expectativas frustradas. ¿Acaso no tienen otra forma de gobernar que no sea excluyendo todo proceso de confrontación de opiniones al más puro estilo jacobino?

Vivimos en un cambio de ética donde se glorifica la mentira. Ahora sirven las cosas que antes no servían y vale decir lo contrario que antes se había dicho. Muchos políticos entienden la acción de gobierno en términos de una categoría medios-fin, con una forma de hacer política teatral, moviéndose en el “mundo de las apariencias” y una satisfacción por el logro de fines dictados por su propio deseo; sin caer en la cuenta de que el ridículo se destruye a sí mismo. Un buen ejemplo de ello lo vemos en la política local donde algún gobernante, cuando tuvo la oportunidad real de beneficiar a su municipio gracias a la cobertura procedente del Gobierno central con mayoría absoluta en el Senado, votó en contra de aumentar las inversiones para mejorar la línea ferroviaria. Tiempo después, tras el cambio del Gobierno de la nación, reclama lo que antes había negado, llevando la teatralidad a su máxima expresión con fotos junto a los raíles de la vía. Otro ejemplo de exaltación extrema lo encontramos en la imputación a los perros del delito de precipitar farolas al suelo, sin ser el equipo de Gobierno quien asuma su responsabilidad por el deterioro y la falta de conservación del mobiliario urbano.

Nadie ofrece tanto como el que no va cumplir, ya que el problema de algunos dirigentes estriba en que no quieren ser útiles sino importantes. Habrá que recordarles que son aquello que hacen no lo que dicen que harán. Otra muestra significativa son los eslóganes repetidos hasta la saciedad que luego nunca se transforman en realidad: “este es el año de las barriadas o nosotros sí cumplimos”.

El poder tiende a apropiarse de la conciencia de los hombres. Así, no faltan políticos que intentan trasmitir a los ciudadanos la idea de que todo lo que pasa en su ciudad se debe en exclusiva a su gestión. Incluso si un empresario decide invertir en la ciudad y montar un negocio, la noticia no sería el impulso empresarial sino la presencia del político en su inauguración. Se les olvida que el nacimiento de la autoridad del

Gobierno es el consentimiento de los ciudadanos. Eso significa −aclara Ayn Rand− «que el Gobierno no es el amo, sino el siervo, el representante de los ciudadanos; significa que el Gobierno como tal no tiene derechos, excepto los derechos que le han sido delegados por los ciudadanos para un objetivo concreto [proteger los derechos individuales]».

Así las cosas, la única garantía que tiene una democracia para perdurar pasa por admitir su vinculación con la verdad y con la libertad. La Historia nos sigue enseñando que el poder concentrado sigue siendo enemigo de la libertad. Una política −nos recuerda Arendt− desligada de la verdad, se corrompe desde su epicentro y termina convirtiendo al Estado en una maquinaria que destruye el Derecho.

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Un comentario

  1. En términos generales la verdad está infravalorada, casi nadie quiere oírla. Se huye hasta de Las críticas constructivas y se demoniza al que las hace en virtud de los halagos superficiales.
    Por qué sería distinto a nivel político cuando nuestros gobernantes actuales son individuos elegidos por cualidades opuestas a la sabiduría o calidad personal? El votante actual busca a uno a su nivel para satisfacer su ego personal pensando que el que está arriba no es mejor que él.
    Como consecuencia nuestros representantes mienten y se le pasa por alto porque en realidad es lo mismo que harían los votantes si estuvieran en su lugar.
    A mi juicio hay varios problemas por resolver y no fàciles para que la verdad sea atractiva en política:
    – Educar mucho mejor a las nuevas generaciones y también en valores
    – Enseñar la necesidad de que nuestros representantes sean superiores a los representados , en vez de nuestros iguales : mejores en preparación, experiencia y ética
    – acabar con la cultura de glorificación de la ignorancia y vulgaridad y comenzar a premiar el esfuerzo y el conocimiento
    Desgraciadamente esto lleva mucho tiempo y dedicación. Además de que no beneficia a los actuales políticos porque acabaría con ellos.
    Lamento no ser más optimista

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