Aún resuenan las intervenciones y los reflejos acústicos y visuales de la “dichosa”, por aquello de traída y llevada, investidura. Este “empacho” noticiable, donde todas las personas sin distinción de status, ni de color político han confrontado y expresado sus opiniones, permite reflexionar sobre un aspecto muy relacionado con el vivir en común de todas las gentes que habitamos España: La Libertad de expresión.
Decir España, desde que comenzó esta larga transición hacia la democracia, dejó de ser patrimonio de una parte de aquella España franquista. Sin embargo quedan nostálgicos para quienes ha pasado desapercibido. Y de ahí que cuando se enarbolen enseñas de tiempos pretéritos, aunque conviene no olvidar, es preciso ubicarlas mirando un presente ineludiblemente orientado a futuro. De los mástiles de los edificios públicos, que otrora soportaran las enseñas de un régimen fascista, hoy ondean los símbolos definitorios que recuerdan que todas las personas españolas, conforman junto a otros pueblos la Unión Europea. Una unión que parece lejana pero que dicta con sus “directivas comunitarias” la ordenación de lo cotidiano cercano. Además, junto a la roja y gualda, la constitucional española, ondea la de cada una de las regiones de España. Y quienes se pavonean de ser personas más españolas que nadie coherentemente deberían asumir aquello que la Constitución de 1978 consagra como común.
El texto constitucional gustará más o menos, pero es el que hay. Y permite convivir pudiendo manifestar abiertamente disconformidades con el mismo. La libertad de expresión es un gran valor consolidado por esa Constitución, sobre todo para quienes vivieron la dictadura del General Franco. Esa dictadura tenía una bandera, que igual a las nuevas generaciones les pasa desapercibida ya que contiene los mismos colores que la bandera actual, diferenciándose en el escudo en ella impresa: Un águila, en su origen la del evangelista San Juan, que agarra el escudo de los reyes católicos, haz de flechas y yugo, franqueado por las columnas de Hércules. Mucha simbología para hacer pedagogía del Poder central, autoritario. Sobre esta simbología centenares de publicaciones han visto la luz y millones de personas a lo largo de la dictadura del General Franco fueron condenadas al miedo a manifestarse, a decir, a contar. Bastantes personas que no han padecido la dictadura incluso ni las distinguen de las constitucionales. Y mientras eso sea así se está de suerte, socialmente hablando. Ya que, si conociendo el alcance del mensaje fascista que encierra, se sumarán colectivos a ella, eso que se llama libertad de expresión peligraría gravemente.
Cuando se le indica a un policía, que está custodiando esa Libertad de Expresión, en una manifestación que algunas personas enarbolan banderas franquistas; y contesta que quienes las llevan ejercen la Libertad de Expresión, alguna preocupación genera. Cabe hacerse la pregunta: ¿Cuándo en las manifestaciones se exhiben banderas del régimen franquista se pretende hacer apología del autoritarismo? En una sociedad democrática el derecho a la libertad de expresión es esencial. Podría pensarse que no es posible limitarlo y eso es lo que está ocurriendo, aunque algún humorista o cantautor esté encarcelado por decir (sólo decir) aquello que piensa. ¿Incoherencias? ¿La libertad de expresión como derecho es inalienable? ¿Tendría algún límite? Eso aborda un interesante trabajo titulado: Límites constitucionales a la Libertad de expresión: Un análisis jurisprudencial realizado por Marta Bobillo Pascual, al que es posible acceder https://zaguan.unizar.es/record/32363/files/TAZ-TFG-2015-2436.pdf.
El artículo 20 de la Constitución Española 1978 dice: «Se reconocen y protegen los derechos: a) A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción». Como otros derechos, el Tribunal Constitucional en la sentencia 214 de 1991 concreta que “no existen derechos ilimitados” De hecho el apartado 4 de este artículo establece que la libertad de expresión tiene sus límites en los preceptos de las leyes que lo desarrollan, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y en la protección de la juventud y la infancia. Y cabe preguntarse si utilizando la libertad de expresión se puede pretender impedir la libertad de expresión de otras personas. ¿El derecho a poder expresarse libremente es menos defendible que el honor, la intimidad, la propia imagen…? Quienes promueven el fascismo, la dictadura, el nazismo ¿No están atentando contra la libertad de expresión de las demás personas? La frase, erróneamente atribuida a Voltaire “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo” ¿parece excesiva? Porque si se aboga contra la misma libertad de expresión ¿cómo es posible defenderla? Hay constituciones, la alemana o italiana, que prohíben el enaltecimiento del nazismo o el fascismo. ¿Qué lógica democrática permitiría acotar la libertad de expresión? El núcleo del asunto se resume en una frase: “Defenderé la libertad de que digas aquello que piensas aunque no lo comparta, siempre que tu aceptes que yo pueda hacer lo mismo”. Principio de RECIPROCIDAD.
Ninguna persona en más persona que otra y todas tienen derechos inalienables. Uno de ellos, la libertad de expresarse, siempre que se no se ponga en cuestión ese mismo principio para otras personas. Cualquier enaltecimiento de un régimen político o social que impida el ejercicio de ese derecho para toda a población debe estar proscrito. Y no es inocente, ni forma parte del derecho a la libre expresión, reclamar la venida del miedo, del odio, del silencio, de la arbitrariedad, enarbolando una bandera. Convendría estar atentas, para evitar esa simbología, aquellas personas que abogan por la unidad de España sin fisuras, por la igualdad real de todas las personas que en ella convivimos.
Rafael Fenoy Rico