Tiene que suceder, tiene que llegar la desgracia y la calamidad a toda una región española y otras colindantes para que el pueblo español despierte y saque todo el coraje que lleva dentro de sus corazones desde tiempos ancestrales.
En lo que es considerada ya la mayor manifestación pública de solidaridad y ayuda sobre el terreno a nuestros semejantes. Hemos podido asistir a la enorme lección de generosidad sin precedentes que nos está dando nuestra juventud en la mismísima “zona cero” de esta catástrofe natural, unos jóvenes que se nos antojaban adormecidos por respirar en la era tecnológica e impersonal que les ha tocado vivir y que se nos antojaba a los mayores poco menos que una burbuja impenetrable que los aislaba presuntamente de la sociedad.
Y sin embargo, ahí están, desde el primer minuto, arremangándose pantalones y camisas, prácticamente con lo puesto y armados solamente de escobas, cubos y fregonas, con más ganas de ayudar que conocimiento de lo que se iban a encontrar, con el coraje y valentía de lo que esa clase política inútil que tenía en sus manos la respuesta inmediata carece y que las instituciones que dirigen tendrán jamás, de esos políticos inservibles, cobardes e ineptos que viven a costa de esa sociedad que les encomendó su protección y a la que dejaron sola e inerme, ya habrá tiempo de ocuparse y dilucidar responsabilidades cuando todo vuelva a su ser, ahora mismo que no nos distraiga ello de lo esencial del momento.
A esa generación de jóvenes, muchos de ellos adolescentes que siguen diez días después de la desgracia que segó tantísimas vidas en una muerte a todas luces absurda y evitable, de esa desgracia que asoló pueblos enteros y sus economías, sabiendo que deberán acometer su reconstrucción desde cero, a esos jóvenes anónimos nunca les estaremos suficientemente agradecidos, primero por ese impulso instantáneo fruto de su natural inocencia todavía, esa vocecita interior que les gritaba que había que hacer algo de inmediato y segundo por devolvernos la esperanza, la fe en el género humano, en suma, la credibilidad en nuestra juventud quienes hoy nos han dado una “guantá” sin manos a los adultos que precisamente tenemos la obligación de protegerlos, una silenciosa lección de entrega, sacrificio y trabajo por el prójimo, lo que ha generado una gigantesca deuda de gratitud a esta perturbada sociedad con ellos, que ignoro si seremos capaces de pagar algún día.
No todo está perdido, pues al igual que alguien dió su sangre inocente hace dos mil años por el prójimo y lavó el pecado del hombre, hoy nuestros jóvenes han puesto su esfuerzo, aportado su espontáneo sacrificio, su bendita inocencia, su valor y su coraje por sus vecinos y compatriotas hasta la última gota de sudor, y al igual que aquel hombre nacido en un pesebre, sin pedir nada a cambio.
Gracias de corazón, sois el ejemplo a seguir y la luz en el camino para un país entero que estaba adormecido.
Antonio Gallardo