En mis tiempos de estudiante de Derecho en Sevilla, en el Palacio de San Telmo, entonces Colegio Mayor Universitario, tuve la suerte de tener de vecino de habitación a Juan Carlos Casas, estudiante de Historia y gran conocedor de su genealogía y de las cuestiones que afectaban a su linaje.
Fueron muchas tardes de charlas conjuntas y entre lo que había investigado en todo tipo de archivos y lo que le había llegado por tradición familiar, llegó a escribir un manuscrito que contenía al menos un hecho que me llamó poderosamente la atención, su descendencia de una mujer, Juana González, que había muerto emparedada en una iglesia de Tarifa.
Las “emparedadas” fue una costumbre religiosa, del Siglo XIV al XVI, muy frecuente en el reino de Castilla, que consistía en mujeres que se autoimponían como penitencia el llamado “voto de tinieblas”, y que con la colaboración del párroco de la iglesia de turno, se encerraban en el muro exterior de los templos, en pequeños habitáculos de mampostería, con solo dos pequeñas ventanas enrejadas. Una que daba al exterior, por donde recibían los alimentos, pan y agua normalmente, y otra hacia el interior, por donde seguían los cultos y realizaban sus oraciones.
Pues bien en el año 1394, fue nombrado Almirante de Castilla un noble castellano llamado Diego Hurtado de Mendoza, lo que le hizo desplazarse hasta Sevilla donde se encontraba la mayor parte de su flota. Gran militar, pero también bastante libertino, había dejado a su esposa Leonor de la Vega con sus hijos en Carrión de los Condes (Palencia), y a su amante de muchos años, su prima Mencía de Ayala, en Guadalajara.
En Sevilla tuvo una relación con la citada Juana González, de la que nació una hija llamada Isabel de Mendoza, probablemente en el año 1397, y poco después por razones que desconocemos, Juana González se emparedaba en Tarifa, siendo criada dicha niña por su amante, Mencía de Ayala, que se trasladaría hasta Sevilla y que acompañaría a Diego de Mendoza hasta su muerte en el año 1404.
Señalar que en aquellos años Tarifa era una plaza en permanente estado de alarma. Frontera con el Reino Nazarí de Granada, que mantenía una poderosa guarnición en Gibraltar, se libraban frecuentes escaramuzas con los muslimes, y además su posición estratégica como puerta del Estrecho, la convertía en objetivo prioritario de la piratería berberisca.
Contaba con una población de 500 vecinos, soldados en su mayoría, que estaban bajo la dependencia directa del almirante Diego de Mendoza, el cual tendría como alcaide de la plaza en esos años a un caballero sevillano llamado Alonso Fernández Melgarejo, perteneciente a su círculo más íntimo de amistades.
Como decíamos, no tenemos más datos sobre Juana González y desconocemos el motivo porque eligió una penitencia tan severa, al fin y al cabo tener hijos extramatrimoniales era bastante común entre la nobleza de aquella época. Y sin duda Juana, pudo haber decidido ser una “mantenida”, Diego de Mendoza era uno de los mayores magnates del reino, o ingresar en un convento de clausura, pero ella prefirió apartarse completamente de la vida mundana y emparedarse en Tarifa.
Solo como especulación, me atrevo a aventurar, que Juana González se emparedaría, probablemente en la iglesia de Santa María, cercana al castillo, porque en dicho castillo residía el alcaide Alonso Melgarejo con su esposa Leonor de las Casas, personas cercanas a Diego de Mendoza, a las que debió de conocer en Sevilla y que seguramente le mantendrían informada sobre la situación de su hija Isabel.
De hecho, Isabel de Mendoza se casaría años más tarde con un sobrino de Leonor de las Casas, llamado Francisco de las Casas, con quien tendría una larga descendencia que llega hasta nuestros días.
Pero lo cierto y verdad es que solo sabemos que Juana terminó sus días en Tarifa, en fecha que desconocemos, y que jamás llegó a salir de su voluntario encierro.
EL LOBO ESTEPARIO, 02.01.21
