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27 abril 2024
27 abril 2024

LA SEGURIDAD A BORDO EN LOS GALEONES (M. CHICÓN)

“Mi pena, Padre, no es por miedo que tenga a esta tormenta; mis lágrimas son por mis pecados, que son bastantes a provocar la ira de Dios y le obligan a que hunda por ellos esta nao, con pérdida de tantos inocentes como en ella van, solo para castigarme” Fray Francisco Navarro al afrontar una tormenta en su ruta hacia Filipinas.

Para la gente de mar, la causa de la furia del océano se debía a los pecados cometidos por alguno de ellos o por el cúmulo de transgresiones por ser malos cristianos. Ni los religiosos se libraban de estas creencias. ¿Cómo evitar las tormentas que suponían uno de los mayores peligros? La esperanza de librarse del mal tiempo llevaba a la práctica de diversos conjuros. Los napolitanos sacrificaban un carnero, con cuya piel ornaban la proa y cuya sangre rociaban por cubierta. Los berberiscos sacrificaban un cordero durante los temporales, arrojando media parte por cada costado. Los religiosos portaban reliquias que eran ofrendadas a la mar para calmar su furia.

Un temporal alteraba la rutina de a bordo: los marineros aumentaban significativamente su actividad, afanándose en seguir las órdenes del piloto y del cómitre, subiendo y bajando a los palos y vergas para tomar rizos o desplegar velas en función del viento y evitar la rotura de los aparejos y, en definitiva, la zozobra. El capitán, cuando se vislumbraba tormenta, animaba a la tripulación con una buena comida, para tomar fuerzas y porque la duración del temporal no permitía saber cuándo se podría volver a comer. El fogón se apagaba para evitar incendios y todos quedaban alistados para enfrentarse a la tempestad.

El capitán, el piloto y el maestre estaban obligados a permanecer a la vista de todos para dar ejemplo y para dar ánimos. La cubierta se despejaba de todo aquello que pudiera obstruir las salidas del agua embarcada con los golpes de mar. El oído estaba bien atento a cualquier crujido del galeón. Los calafates y carpinteros tapaban frenéticamente las vías de agua. En caso de necesidad, se hacía echazón de la carga que fuese más pesada y comprometiese la estabilidad de la nao. Cañones y balas fueron objeto de echazón en numerosas ocasiones. La entrada de agua a bordo se mitigaba con el accionamiento sin desmayo de las bombas de achique. Pero si la nave era tan castigada que no podía permanecer a flote, entonces había que abandonarla y esperar a ser rescatados por las otras naos con las que se navegaba en conserva, dándose preferencia a las personas consideradas de más valía.

El 16 de julio se celebra la festividad de la Virgen del Carmen, “Stella Maris”, patrona de la gente de la mar en muchos lugares y, desde 1901, en España de forma oficial. Sin embargo, antes de esa fecha hubo muchas otras advocaciones marianas y patronazgos de santos para conseguir protección divina. Normalmente, el armador del barco le daba el nombre de la Virgen o Santo de su localidad o de la localidad donde se hubiese construido. De hecho, la Virgen del Rosario fue patrona de la Armada desde la batalla de Lepanto, victoria ocurrida el 7 de octubre de 1571, fecha de su celebración.

Sería interminable y farragoso nombrar la lista de Vírgenes y Santos que han dado nombre a los numerosos navíos que han surcado los océanos y a los que se atribuyen milagrosos salvamentos de naos en medio de temporales, pero no me resisto a dar un par de nombres muy significativos: Nuestra Señora de las Aguas, a quien se le atribuye el milagro de la retirada de aguas tras una tremenda inundación, y Nuestra Señora del Buen Aire, vinculada a los vientos y a San Telmo, este último tan importante para el marino que hasta la Escuela donde se habilitaban los pilotos en Sevilla toma su nombre: Palacio de San Telmo.

En muchas iglesias se pueden observar exvotos ofrecidos por navegantes que se salvaron de algún temporal. Notre Dame de La Garde en Marsella cuanta con una numerosa muestra. Pero, quizás, el que más me llama la atención, por su lejanía de la mar, es el que cuelga en el Santuario de Nuestra Señora de Sonsoles, en Ávila.

“Ave Stella Maris, Clara estrella de la mar… pedimos vuestro consuelo mientras estamos en la mar” Cristóbal de Castillejo.

Miguel F. Chicón Rodríguez  (Capitán de la marina mercante)

(Nacido en Tánger en 1960, sus vivencias personales a ambos lados del Estrecho, especialmente Algeciras, ciudad donde también residió, y las recurrentes travesías del Estrecho de Gibraltar realizadas siendo niño le dejaron un poso que le llevó a cursar, años más tarde, estudios de capitán de la marina mercante en Palma y Barcelona. Desde 1978 hasta 1994 navegó como oficial en buques petroleros; en barcos frigoríficos; como alférez de fragata en la Armada española, y al mando de buques de pasaje, tipo ferry y embarcaciones de alta velocidad. Por último, ejerció como jefe del Centro de Coordinación de Salvamento Marítimo en Palma desde 1996 hasta 2022)

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