El Gobierno trata de convencernos que de esta crisis “salimos más fuertes”, cuando es todo lo contrario: estamos más débiles que nunca porque el endeudamiento crecerá y la realidad se acercará más a la de ser esclavo de sus obligaciones financieras y donde el populismo ha crecido de una forma imprudente.
También resulta inquietante la actitud sumisa que hemos adoptado ante la declaración del estado de alarma. Que yo entiendo que el confinamiento ha sido y puede que hasta sea necesario ahora en ciertas zonas, sino porque una inmensa mayoría de los ciudadanos asumió el recorte temporal de sus libertades sin formular muchas preguntas, tanto por el miedo a la enfermedad como a la multa de un Estado policial. Los agentes sancionaban a los díscolos. Los vecinos, señalaban a quienes -hastiados- bajaban a la calle para dar una vuelta a la manzana. Y, a las 20.00 horas se reproducían cada día aplausos , adornados por las canciones de los insoportables vecinos pinchadiscos. Y se transmitía la sensación de que todo iba bien, dentro de lo que cabe.
Nada más lejos de la realidad. Este mismo viernes, el Gobierno vasco decidía que las 200 personas que han dado positivo en los últimos días en las pruebas PCR no podrán votar en las elecciones del domingo. El derecho al sufragio, suprimido por el miedo al contagio.
Se suspenden derechos cuasi sagrados, se recortan libertades «hasta que se halle la vacuna» y una buena parte de los ciudadanos no reacciona. Estamos en un estado catatónico ante la pandemia y se aparca interesadamente el debate sobre el futuro sombrío que nos aguarda a los ciudadanos y sobre las libertades que perderemos.
Todos los sábados aparecía por televisión un Presidente ofreciéndonos su homilía pastoreándonos y asustándonos y, de paso, cargando contra quienes se niegan a remar en su misma dirección. Un discurso de buenos ( el gobierno) y de malos(la oposición).
Esta misma semana, Sánchez afirmaba en el Corriere Della Sera que no está entre sus planes pactar con el PP. O, lo que es lo mismo, que eso que nos contaba de un Pacto por la Reconstrucción era mentira y confirma que nunca ha tenido propósito de negociar sino la de imponer su programa. Es probable que los jóvenes que beben y bailan desenfadados en los clubes nocturnos; y los que alternan en las terrazas sean ajenos a los peligros del momento que vivimos. Si no estuviéramos tan ciegos y fuéramos tan cautivos de la propaganda política y mediática, quizá estaríamos más atentos a maniobras como las de este Ejecutivo, que ha ahondado en los tres grandes factores que llevan a un pueblo a la esclavitud: la deuda, la dependencia del Estado y la ignorancia sobre el efecto que el presente puede tener en el futuro.