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19 marzo 2024
19 marzo 2024

LA VIDA A BORDO (M. CHICÓN)

LA VIDA A BORDO

“La mar no es tan bien acondicionada, para que nadie ose entrar en ella por voluntad, sino por necesidad; porque el hombre que navega, si no es por descargo de su conciencia, o por defender su honra o por amparar la vida, digo y afirmo que el tal o es necio, o está aborrido, o le pueden atar por loco”. De muchos trabajos que se pasan en las galeras (1539) Fray Antonio de Guevara

La vida a bordo de esas naves, en travesías que duraban meses, con los tripulantes y pasajeros hacinados, mal alimentados, peor hidratados y enfrentándose a temibles temporales con mínimas condiciones de seguridad, era todo menos placentera. Para evitar el tedio y subir el ánimo, siempre que las condiciones meteorológicas lo permitiesen, se recurría a cuanta actividad lúdica resultase útil para mantener alto el espíritu. Se recomendaba la práctica de la pesca, más como entretenimiento que por necesidad: “el pasajero se provea de anzuelos, cordel, cebo y cañas para que cuando alguna vez estuvieren en calma…, saque sus aparejos y se ponga a tomar algunos pescados; pues tomará recreación en los de pescar y gran sabor en los de comer; porque muy mejor le está a su ánima y aun e a su bolsa irse a pescar peces a proa que no estarse jugando dineros en popa”. Este era otro de los entretenimientos, los juegos de azar, sobre todos los dados y los naipes, aunque estuviesen prohibidos a bordo por las cédulas reales, máxime cuando los dados eran falsos o los naipes estaban marcados. Si tenemos en cuenta que eran los propios alguaciles los que repartían las cartas, comprenderemos que era difícil de controlar el juego a bordo.

La celebración diaria de los oficios religiosos era otro de los entretenimientos cotidianos. Así, por ejemplo, al rezo diario del rosario se llamaba a coro con una campana al ocaso, acompañado de una salve y una letanía. Algunas fiestas religiosas se vivían incluso con procesiones, engalanando los palos y vergas y amoldando el calendario litúrgico a la vida en alta mar. La Natividad de Cristo, incluso con representación de la misma, también era muy celebrada, armándose un altar en la popa y sacando al niño Jesús envuelto en heno, velándolo toda la noche entre oraciones y candelas blancas y culminando con una misa del gallo.

La lectura de novelas religiosas y de caballería era otra de las actividades más celebradas. En muchas ocasiones eran lecturas colectivas debido al analfabetismo y a la escasez de ejemplares. Los religiosos se encargaban de las lecturas, enseñanzas y de hacer partícipes a tripulantes y pasajeros, a fin de que siempre estuviesen ocupados. Incluso la representación de obras teatrales de autores como Lope de Vega, en las que los personajes eran interpretados por todo aquel que hubiere embarcado, era otro de los pasatiempos más celebrados. En uno de esos navíos, la representación teatral a cargo de los soldados, religiosos, tripulantes y pasajeros mereció comentarios muy elogiosos: “…siendo tan brillante la ejecución, y tan vistosas las decoraciones a pesar del recinto estrecho de nuestro navío, que no se hubiera podido superar aun en el mejor teatro de la corte de Madrid…»

Las ordenanzas y libros de navegación recomendaban que el capitán velase que su tripulación viviera “Christianamente, y en el temor de Dios”. De hecho, los cambios de guardia siempre venían acompañados de plegarias creadas específicamente para tales fines, aparte de para ayudar a mantener despierto al personal que estuviera cubriéndola. El tiempo se medía con relojes de arena, que eran ampolletas unidas por un tubo, o por un fino cuello cuando la técnica de soplado de vidrio lo permitió, rellenas de granalla de estaño o de plomo. El tiempo que transcurría en el vaciado de la ampolleta era de 30 minutos, transcurrido el cual se giraba el reloj: “Bendita la hora en que Dios nació, Santa María que le parió, San Juan que le bautizó. La guarda es tomada; la ampolleta muele; buen viaje haremos, si Dios quiere

Una de las principales acciones que debían cumplirse con estricta escrupulosidad eran los cambios de guardia, cuyo tiempo se medía con estos relojes de arena. Cada vez que se giraba el reloj, se recitaba una de esas plegarias, lo que ayudaba a que el personal de guardia se mantuviera en alerta.

“Buena es la que va, mejor es la que viene, una es pasada y en dos muele; mas molerá si Dios quisiere; cuenta y pasa, que buen viaje faza; ah de proa, alerta, buena guardia”.

Miguel F. Chicón Rodríguez  (Capitán de la marina mercante)

(Nacido en Tánger en 1960, sus vivencias personales a ambos lados del Estrecho, especialmente Algeciras, ciudad donde también residió, y las recurrentes travesías del Estrecho de Gibraltar realizadas siendo niño le dejaron un poso que le llevó a cursar, años más tarde, estudios de capitán de la marina mercante en Palma y Barcelona. Desde 1978 hasta 1994 navegó como oficial en buques petroleros; en barcos frigoríficos; como alférez de fragata en la Armada española, y al mando de buques de pasaje, tipo ferry y embarcaciones de alta velocidad. Por último, ejerció como jefe del Centro de Coordinación de Salvamento Marítimo en Palma desde 1996 hasta 2022)

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2 comentarios

  1. Qué bueno Miguel.
    Un relato, además de, como siempre, interesante y bien escrito, un poquito más alegre. Me ha encantado. Y menos mal que en los cambios de guardia ya no teníamos que largar ni escuchar esas plegarias. Te imaginas, a las 4 de la mañana dando bandazos o pantocazos con una de esas plegarias?
    Abrazos
    Javi Gárate

  2. Muy interesante como siempre en tus artículos. La vida cotidiana a bordo, un tema muy desconocido y curioso.

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